domingo, 18 de marzo de 2012

Cap. 27: Más de la cuenta.


El pasaje a Leh nos salió casi diez veces más de lo que nos venían saliendo los pasajes a los distintos lugares a los que habíamos ido anteriormente; en otras palabras eso significaba que los próximos siete días, donde fuera que llegara, me los iba a pasar comiendo pan con tomate de la calle sentado en la vereda.
Nos subimos los nueve, mas dos inglesas y un indio, a la van que nos iba a llevar las dieciséis horas de viaje hasta nuestro próximo destino. Teníamos que recorrer masomenos 450 kilómetros por una ruta a cuatro mil metros de altura que se abre solo cuatro meses por año porque durante los otros ocho se encargan de arreglarla; curva para un lado, curva para el otro y empezamos a subir entre los pozos que cada vez eran más grandes.
Prácticamente la ruta Manali - Leh es el Frankestein de las rutas, es como un collage hecho con pedazos de otras rutas, piedras, escombros, fierros, alambres, chicle y papel higiénico por el que uno recorre el paisaje mas desolado que vi en mi vida. Llega un punto en que, por el castigo que te propinan los pozos, es imposible decir si lo que uno ve son montañas de tierra con manchas de nieve o montañas de nieve manchadas con tierra.
Pasaron un par de horas; en las que el infeliz del conductor definitivamente intento matarnos de hipotermia porque decidió hacerlas con la ventana abierta a pesar del frio bajo cero que hacía; y finalmente frenamos en el primero de los pueblos. Fuera de joda si la Chiqui Legrand llegara a ver eso se pega un tiro en vivo, dos carpas agujereadas y una chapa sostenida con un palo que distinguidamente ofrecía la leyenda ¨toilette¨, eso era todo.
Aproveche la frenada para salir de la camioneta a comprar maní y estoy convencido que la mina de la carpa todavía debe estar pensando ¨lo lejos que llegó este drogadicto¨ porque estaba tan cagado a palos por los pozos que, mientras le hablaba a la mujer, mi cabeza inconscientemente se movía para todos lados como las de esos perritos para el auto que te venden en el semáforo.
Me volví a subir al transporte como pude y continuamos viaje, cada vez más alto, cada vez más nieve, pozos, barro y piedras. Anduvimos un par de horas más hasta que llegamos a un lugar donde el tráfico estaba atorado, esperamos media hora y nada, una hora y nada; a las dos horas de estar al pedo frenados me baje y fui a ver qué pasaba. Mas adelante, bastante más adelante porque había tres mil camionetas entre la nuestra y el acontecimiento, había un camión enterrado en el barro hasta la manija y era cantado que teníamos para un rato largo; en mi camino devuelta a la van frené en un fueguito de unos tipos que habían prendido una rueda de una camioneta y en bastante menos de lo que me esperaba el camino se despejo nuevamente y pudimos seguir.
Ya había caído la noche cuando frenamos en otro pueblito en el que el chofer nos dijo que teníamos que quedarnos a dormir en una carpa al lado de la ruta porque, habiendo perdido tanto tiempo con lo del camión, el puesto militar del aquel lugar estaba cerrado hasta la mañana siguiente. ¿Pero cuánto falta masomenos? Le preguntó alguien como para tener una idea de cuánto tiempo mas nos iba a llevar el tema; ¨No tengo ni idea¨ contesto el conductor. Nuestra idea era hacer el viaje hasta Leh en un solo día porque estábamos con poco tiempo pero la verdad que no había nada que pudiéramos hacer, estábamos varados a cuatro mil metros de altura, frio de cagarse, en el medio de la ruta en el Tibet y con un tipo que no tenía la mas pálida idea de cómo era el camino.
Me adentre en lo que iba a ser nuestro hogar por esa noche, mire a mí alrededor y note, además de la fatiga de los materiales y los evidentes errores estructurales, que en el techo había un agujero tan grande que si hubiera sido veinticinco de diciembre Papa Noel podría haberse metido con trineo y todo adentro de la carpa. Inmediatamente salí del recinto, busque mi mochila en el techo de la van, volví a entrar y me puse encima toda la ropa que tenía.
Comimos un arroz con porotos en la misma carpa en la que íbamos a dormir y empezamos a ubicarnos; la señora que comandaba las cuatro paredes de lona mandó a los chicos a una especie de cuarto, bajo el mismo techo pero separado por una pared, con almohadones y frazadas y a mí, a Nico y a Cata nos dejó sentaditos en el sector común (comedor / cocina) porque según ella ¨no había mas lugar¨.
Imagínense que apenas la vieja se do vuelta disimuladamente manoteé una frazada y empecé a acostarme en los asientos…cuando me vió la vieja empezó a chillar como cerdo ¨NAKAKA LALALA TATATA¨, me arranco la frazada y la guardo en otro lugar. ¨Ok señora me quedo sentado toda la noche y si tengo suerte en dos horitas ya voy a estar muerto del frio¨ y me quede quieto donde estaba por las dudas.
A los diez minutos vuelve la señora y me dice ¨KAKA LALALA…¨, yo la miraba atónito tratando de no parecer asustado. ¨KAKA LALALAAAAAAAAAAAAA!!!¨ me vuelve a repetir la doña impaciente como si yo, que la miraba paralizado, fuera capaz de contestarle algo. ¨KAKA LALALAAAA!!!¨ insiste, ¨no…nose señora, me rindo¨ le digo a la vieja que ya sacaba humo por las orejas.
Con el ceño fruncido me agarró del hombro y en una sola maniobra me dejo tendido horizontalmente, me puso los brazos a los costados del torso como un Playmovil y en el mismo idioma en que me había hablado toda la noche me dio a entender que me quedara quieto. Estaba entregado, la vieja volvió a los pocos segundos y para mi sorpresa me tapo con una alfombra polvorienta mientras me miraba sonriente; se ve que mi cara no era suficiente porque se fue y volvió con más muestras de cariño; me puso tantas alfombras y trapos encima que le tuve que pedir por favor que no agregara más peso porque me iba a matar aplastado.
Pase la noche como un rey, mas allá de que no me pudiera mover dormí muy profundo hasta que con los primeros rayos de sol amaneció la jefa que empezó a preparar el desayuno y a despertar a la gente. Primero levantó a los chicos que estaban en el cuarto de al lado y después nos pegó un grito a los otros tres para que arrancáramos el día; la verdad que yo estaba con mucha fiaca asique preferí hacerme el dormido unos minutos más mientras la escuchaba a la señora que insistía en que me despertara.
¨LALALAL KAKAKAK…LALALAKAKAK…LALALA KAKAAAAAAAAAAAAA¨ me decía sin que yo acusara respuesta; se repitió la situación dos o tres veces mas hasta que se ve que la vieja se hincho las pelotas y me sacó todos los trapos con los que me había tapado tan amorosamente la noche anterior y me rajo a patadas de la carpa; nose si es que la señora pretendía algún tipo de ¨favor¨ de mi parte por el alojamiento y la comida porque la misma persona que había sido como una madre hacia un par de horas se transformó en un Fuhrer enardecido en cuestión de segundos.
Nos subimos todos a la van nuevamente y continuamos camino por lo que para mí es la número uno del top tres de las mejores rutas del mundo. El paisaje que uno atraviesa cuando hace ese tramo es increíble; es lo más parecido a ¨Siete años en el Tibet¨ que estuve en mi vida (claramente no se iba a parecer a Star Wars IV), miles de montañas desoladas y por más que uno buscara no había nada de nada; cada tanto una carpa perdida o una figura a lo lejos que arrea una manda de cuatrocientas cabras por la ladera de un cerro pelado. Por primera vez en el viaje realmente me sentí lejos de todo, aislado del mundo en todo sentido, en cualquier dirección que se mirara no había nada; no había casas, ni agua, ni nada que pareciera humano más allá de un camino que ni siquiera parecía un camino.
Recorríamos kilómetros a paso de hombre, pasaban las horas y cada tanto veíamos algún grupo de gente picando piedras con las caras tapadas que nos miraban punzantes a través de una rendija entre sus ropas y no podía hacer más que preguntarme ¿de dónde vienen estos tipos? ¿Dónde viven, qué comen y dónde duermen? Sinceramente las cosas en ese lugar empezaban a dejar de tener sentido.
No creo que hubiese mucho que te pudiera llegar a pasar, pero si te pasaba estabas fregado. Por mi parte se me vino a la cabeza a lo que mas miedo le tenía en el viaje: apendicitis; parecerá idiota pero supongamos que te agarra apendicitis ahí arriba, no hay forma de zafar. Antes de salir de viaje pensé seriamente en sacarme el apéndice por las dudas, pregunte y mi médico me contesto que ¨sería una estupidez¨, pero insisto:
Ponele que te agarra apendicitis en el Indotibet y encima de estar agonizando en el culo del mundo, porque si el mundo tiene culo claramente es ahí, en eso aparece mágicamente un imbécil que es médico y te puede llegar a ayudar. El infeliz, a todo esto en papel de héroe, ni siquiera va a tener anestesia o bisturí o lo que sea necesario para proceder y por lo tanto la situación seria la siguiente: vos tirado en el piso con una media sucia en la boca, un flaco que te va a abrir la pansa con un tramontina engrasado y después a cocer con hilo dental (si tenes suerte) y de ahí catorce horas en una coctelera rodante hasta el pueblo mas cercano.
No gracias.
Preferí moverme a pensamientos más acordes a lo que podía ver por la ventana y no podía dejar de repetir ¨este lugar es una locura¨ adentro de mi cabeza. Pensaba en todas esas cosas de las que dependemos los del mundo real y que ahí no existen ni van a existir siquiera en los próximos cien años; en cómo cambian las cosas, las personas y culturas de un lugar a otro, la rutina que deje huérfana el día que me fui, mi hermano que dejo de ser mi hermano y ahora era papa de alguien mas; el no vivir en ningún lado pero sabiendo que por mas lejos que este, tengo una casa.
Fueron casi treinta horas de viaje en total y capaz de las mejores horas que había tenido en el viaje hasta ese momento; me di cuenta que no hacen falta Harry, Ron ni Hermione para que algo tenga magia y que el placer y la felicidad están mucho más cerca de lo que pensamos, solamente hay que saber encontrarlos en las pequeñas cosas.
Llegamos a Leh, un pueblo realmente grande como para estar tan lejos de todo en el que no hay señal de ningún tipo por ser zona militar cerca de la frontera con Irak. Es muy interesante, las personas que viven ahí son principalmente refugiados tibetanos sin documentos que no tienen más que sus artesanías para sobrevivir. Recorrimos el lugar y los mercados del pueblo, compramos las últimas chucherias que solo se consiguen en India y subimos el cerro en el que hay una especie de monasterio desde donde uno puede ver la diferencia que hace el agua y la vida que trae consigo en un lugar desértico.
Hay de todo para hacer, si uno alquila una moto se pueden recorrer los alrededores, hay excursiones en bicicleta y terks pero con el tiempo que perdimos la verdad que no pudimos hacer mucho.
Si uno busca bien se pueden encontrar buenos tomates y buen pan para comer en la vereda; si uno busca mejor, hay algunos lugares a los que solo van los indios en los que se puede comer arroz y porotos con la mano y tomar agua de la calle en jarra por pocas rupias.
No es que me guste jugar con mi integridad física, pero obviamente me la pase comiendo arroz con la mano y tomando agua de la calle en jarra con los indios todos los días como si fuera un indio mas y la verdad que los locales fueron muy simpáticos conmigo, nose si es que me vieron muy flaco porque cada vez que me terminaba el plato de arroz me lo recargaban gratis con porotos y todo.
De ahí nos íbamos a Srinagar a donde nos tocaba otro viaje igual de áspero que el  que habíamos tenido para llegar hasta donde estábamos.


Camino a Leh.

 
Chiquitos en Leh.



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