viernes, 6 de abril de 2012

Cap. 35: Conclusión China.


Estuvimos masomenos quince días en China y me sorprendió como un país que cuenta con todas las comodidades que nosotros tenemos puede ser, al mismo tiempo, tan diferente.
China no se necesita más que a ella misma, el volumen de gente es tal que solamente con el turismo interno logran que la demanda supere por lejos la amplia variedad de ofertas;  no importa donde uno llegue, si es un lugar que aparece en los folletos van a haber por lo menos catorce millones de chinos apelotonados sacándose fotos.
Es imposible salir del tour, nadie habla inglés y uno se pregunta  ¨¿Cómo en un país semejante nadie es capaz de hablar en inglés aunque sea un poco?¨. Es muy fácil, nadie habla otros idiomas porque no les hace falta, en China solamente basta con ser chino.
Es potencia y se nota en cada esquina de cualquiera da las ciudades, todo está coordinado y planificado de forma rigurosa para que sea lo más práctico posible. No necesitan de ninguna otra nación para poder funcionar como funcionan, es una estructura independiente sin pilares flojos;  la materia prima se obtiene, procesa, distribuye y vende  en el mismo país de donde se la obtuvo.
No hay forma de ganarle a la cadena de producción China, no hay forma de ganarle a la mano de obra que cubre todos los productos de todas las categorías; un comunismo que cumplía 90 años y en el que hay Mc Donalds, Haggen Das, BMW, Audi y todas las marcas de primer nivel que se les puedan ocurrir por todos lados.
De lejos todo parece normal, pero más de cerca las cosas son muy diferentes. Los bebes, no importa los meses que tengan de vida, no llevan pañales; no se si es que están entrenados, nacen sabiendo decir pipi y popo antes que papa y mama o están en un escalón evolutivo más alto que los de occidente pero les juro que en China no existen los pañales.
La comida puede llegar a ser insólita, un caramelo chino puede ser más traicionero que el equipaje de Antonini Wilson: packs que prometen sabores indescriptibles y que cuando uno los abre ¨Oh que sorpresa¨, una pasa de uva mutante. 
Claramente es una cuestión cultural, sacando los 150 mil millones de kilómetros que los separan de nosotros, ellos están acostumbrados aprovechar algunas cosas de otra manera, todo lo que nosotros le sacamos a un pollo antes de cocinarlo acá se come; todo lo que nosotros consideramos una ¨mascota¨ acá se come.
China es enorme y las principales ciudades son muy accesibles pero fuera de eso las cosas son muy complicadas, la única forma de llegar a la parte rural es con un contacto o un local que cumpla la función de guía y traductor, de otra manera es imposible poder transmitir lo que uno quiere y la situación es realmente frustrante. Más de una vez me sentía como si estuviera hablando con habitantes de Plutonio; ni siquiera los gestos hacían efecto: le señalaba un chocolate, luego le mostraba un billete local y le hacía con la mano el clásico ¨montoncito¨ que cumple la función de signo pregunta, pasaban un par de segundos  y no había caso, el plutonita se quedaba mirándome y sonreía.
Nunca me imaginé que iba a ir a China, es como que estaba más lejos de lo que  mi imaginación podía figurar, inclusive más lejos que ¨la loma del culo¨ (la cual me imagino como dos colinas muy similares a glúteos cubiertas de verdes pastos con ovejas arriba), sin embargo toco China y realmente me sorprendió. Tal vez porque no tenía idea con que me iba a encontrar y entonces fui sin expectativas, tal vez porque es el único país del mundo en que la ¨comida china¨ es solamente comida.

Bailes en Beijing.



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