Estuvimos masomenos quince días
en China y me sorprendió como un país que cuenta con todas las comodidades que
nosotros tenemos puede ser, al mismo tiempo, tan diferente.
China no se necesita más que a ella misma, el volumen de
gente es tal que solamente con el turismo interno logran que la demanda supere
por lejos la amplia variedad de ofertas;
no importa donde uno llegue, si es un lugar que aparece en los folletos
van a haber por lo menos catorce millones de chinos apelotonados sacándose
fotos.
Es imposible salir del tour, nadie habla inglés y uno se
pregunta ¨¿Cómo en un país semejante
nadie es capaz de hablar en inglés aunque sea un poco?¨. Es muy fácil, nadie
habla otros idiomas porque no les hace falta, en China solamente basta con ser
chino.
Es potencia y se nota en cada esquina de cualquiera da
las ciudades, todo está coordinado y planificado de forma rigurosa para que sea
lo más práctico posible. No necesitan de ninguna otra nación para poder
funcionar como funcionan, es una estructura independiente sin pilares flojos; la materia prima se obtiene, procesa,
distribuye y vende en el mismo país de
donde se la obtuvo.
No hay forma de ganarle a la cadena de producción China,
no hay forma de ganarle a la mano de obra que cubre todos los productos de
todas las categorías; un comunismo que cumplía 90 años y en el que hay Mc
Donalds, Haggen Das, BMW, Audi y todas las marcas de primer nivel que se les
puedan ocurrir por todos lados.
De lejos todo parece normal, pero más de cerca las cosas
son muy diferentes. Los bebes, no importa los meses que tengan de vida, no
llevan pañales; no se si es que están entrenados, nacen sabiendo decir pipi y
popo antes que papa y mama o están en un escalón evolutivo más alto que los de
occidente pero les juro que en China no existen los pañales.
La comida puede llegar a ser insólita, un caramelo chino
puede ser más traicionero que el equipaje de Antonini Wilson: packs que
prometen sabores indescriptibles y que cuando uno los abre ¨Oh que sorpresa¨,
una pasa de uva mutante.
Claramente es una cuestión cultural, sacando los 150 mil
millones de kilómetros que los separan de nosotros, ellos están acostumbrados
aprovechar algunas cosas de otra manera, todo lo que nosotros le sacamos a un
pollo antes de cocinarlo acá se come; todo lo que nosotros consideramos una
¨mascota¨ acá se come.
China es enorme y las principales ciudades son muy
accesibles pero fuera de eso las cosas son muy complicadas, la única forma de
llegar a la parte rural es con un contacto o un local que cumpla la función de
guía y traductor, de otra manera es imposible poder transmitir lo que uno
quiere y la situación es realmente frustrante. Más de una vez me sentía como si
estuviera hablando con habitantes de Plutonio; ni siquiera los gestos hacían
efecto: le señalaba un chocolate, luego le mostraba un billete local y le hacía
con la mano el clásico ¨montoncito¨ que cumple la función de signo pregunta,
pasaban un par de segundos y no había
caso, el plutonita se quedaba mirándome y sonreía.
Nunca me imaginé que iba a ir a China, es como que estaba
más lejos de lo que mi imaginación podía
figurar, inclusive más lejos que ¨la loma del culo¨ (la cual me imagino como
dos colinas muy similares a glúteos cubiertas de verdes pastos con ovejas
arriba), sin embargo toco China y realmente me sorprendió. Tal vez porque no
tenía idea con que me iba a encontrar y entonces fui sin expectativas, tal vez
porque es el único país del mundo en que la ¨comida china¨ es solamente comida.
Bailes en Beijing. |
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